Unas semanas atrás,
un amigo (que a continuación llamaré José)
me compartió una narración que había escrito acerca de sus experiencias y opinión
respecto la espiritualidad. Me dejó impactadísima y admirada por la riqueza interior de este chico. Espero que llegue a compartirla más ampliamente en un futuro no muy lejano.
Ahora comparto
con ustedes la reacción a su escrito que redacté unos días después. Espero que sea para bien de alguno.
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“
José,
Llevo desde el
martes en la noche anhelando enviarte mi reacción a tu escrito. Te cuento primero que el leerlo ha sido un
gusto brutal para mí. Te agradezco de
nuevo la confianza que has tenido en esta que has conocido por tan solo unos
meses, con la que has compartido en persona nada más en tres ocasiones, me
parece. Me honras al compartirme un poco
de tu vida, de tu ser, de tu interior.
Te cuento también que se me ha hecho difícil escribir una respuesta, aunque
tanto deseaba hacerlo. ¿Te acuerdas que
te lo mencioné, que mis inspiraciones para escribir son caprichosas y solo
llegan cuando ellas quieren? Pues sí,
creo que me afrontaba a ese problemita… Tal vez no esté satisfecha con esto
como he estado con otros escritos, pero tal vez así debería ser, pues de
ninguna manera quiero creerme que mi respuesta sea justo lo que deberías
oír. Además, me ayuda acordarme siempre
de mi imperfección y limitación, que hoy día quiero acoger como don que solo me
ayuda a seguir caminando, profundizando, aprendiendo, amando… Sin más, ahora te presento lo que ha ido
surgiendo, y lo que espero que sea solo el principio de un chulísimo y
enriquecedor intercambio entre tú y yo.
Adriana
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4.5.17 |
Yo
espero que, como has visto en mí alguna minúscula chispa de capacidad para
escribir, también estés clarísimo en tu maravilloso don para las letras. Ahora te pregunto yo a ti, ¿Cómo va a ser que
tú no compartas más de esa riqueza de talento, con lo que ya, en lo personal, tan
profundamente me has deleitado? Aunque
admito, quizás mi deleite no haya sido inspirado tan solo en tu dominio del
arte, sino porque los sentires y verdades expresadas en esas páginas hallaron
mucha afinidad con las propias. Creo que
por distintas rutas hemos coincidido en un mismo camino de inquietudes, de
preguntas, de búsqueda. Sentí que te
mostrabas vulnerable e imperfecto ante mí, como cada día voy descubriéndome más
y más. ¿Por qué vulnerable,
imperfecto? Vulnerable, porque te veías
expuesto a algo que te excede y te captura a la vez. No ha sido algo que ignoras tranquilamente
para seguir con tu caminar por aquí, en el “paridero”. En tu experiencia, ella iba y venía, directa
o indirectamente te provocaba en lo más elemental de tu ser. Te dejabas tocar por ella. No podías aprehenderla, pero tampoco escapa
desapercibida por ti. Imperfecto, porque
ciertamente vas perfeccionándote en tu ser y tu entender, pero reconoces que
aún hay tanto por aprender, por crecer, por vivir.
Y
creo que lo sabes igual o mejor que yo, que tener una vida “resuelta”, “sin
preguntas” y de “total claridad” sobre sí mismo es una de las cosas más tristes
que podría acaecerle a un ser humano. Veo
que el tiempo más fértil de mi vida ha estado correlacionado con el tiempo
donde me he descubierto más frágil, donde han brotado de mi ser las preguntas
más existenciales, más humanas, pero a la vez las más íntimas. Todo ha sido un descubrirme humana, y
descubrir que ser humana es un don incomprensible. Hay algo de mí que en ocasiones se puede
sentir estancado. Pero en otras tantas
siento que vuelo alto, más allá de tantas fronteras materiales, a lugares
donde, por no sé qué razón, nuestras hermanas especies aún no vislumbran
llegar: El arte, la imaginación, la
invención, el amor y la tendencia a ser uno, la solidaridad, la contemplación,
la conciencia, el preguntar, el deseo, el gozo, el vacío… Son tantos conceptos
que aún no les encuentro el principio ni el final. No puedo encerrarlos, definirlos,
encajonarlos. Así como ella, la
espiritualidad, me exceden. Son mucho
más de lo que en mi vida podría abarcar y rodear… Pero no quiere decir que no
descubro todo esto tan profundamente mío y tan propio de mi ser y existir. ¡No lo puedo negar! ¿Qué sería de mi vida, de Adriana, si no
fuera por el deseo, la contemplación de lo sublime, el arte, la pregunta, la
imaginación? ¿No me parece, en esencia,
que soy hecha para ello? Hay una
búsqueda singular por algo más: algo
tan tuyo como mío, tan nuestro como de nadie, tan humano como sobrehumano. ¿Será acaso esa misma búsqueda en la que
ambos nos hemos lanzado?
Creo
que ahí está uno de los grandes misterios de la vida. El ser humano (de nuevo, no sé por qué razón)
es invitado a más por Algo o Uno que
nos excede. Es una invitación a la
libertad, a la plenitud, a la paz, a una auténtica realización. Pero Eso/a/e que nos excede, simultánea y tan generosamente se nos revela. ¿Dónde se nos revela? En nuestras preguntas, en nuestros vacíos, en
nuestras alegrías, en nuestro amor por el hermano, en nuestro deseo de más.
Hay algo de nosotros que nos une hermosamente a la tierra, que nos hace
perfectamente partícipe del mundo natural, animal, vegetal. ¡No seriamos sin ello! Pero, ¿Por qué todo nuestro ser, si nos lo
permitimos, desea ardientemente más
que eso? Vislumbramos aquí esos dos
elementos tan conocidos y a la vez tan incomprendidos de nuestro ser: cuerpo y
alma. Vemos que el ser humano no sería
ser humano si le faltara alma; que el ser humano no sería humano si le faltara
cuerpo. El alma es Principio de Vida,
pero esta solo subsiste y es en el cuerpo: material y cognoscitivo, en los
niveles de conciencia, en la originalidad de mi persona y carácter, ¡tan
hermoso don! Esta unidad (y no dualidad)
es el ser humano. Esta unidad es la
oportunidad de elevar y unir la existencia física a la espiritual. Esta unidad es la oportunidad de más: de la espiritualidad.
Ahora
pues, ¿Cómo entiendo a la persona espiritual?
¿Acaso no es esa que conscientemente busca su realización, la libertad,
la plenitud y la paz en armonía con la verdad y la vida? En mi día a día, en mis encuentros con otras
personas, descubro que cada uno, de modo único, está llamado a esto. ¿Alguna vez has conocido una invitación más
emocionante que esta? Al final de tu escrito, ofreces desde tu experiencia lo
que has entendido en tu vida por espiritualidad.
Confieso que aquí hallé un punto de diferencia con tu rico y claramente
meditado desarrollo:
“La
espiritualidad es… el resultado de la sincera y profunda aceptación de que
nuestro propósito como seres humanos ya ha sido cumplido.”
Ah, ¡José! ¿No te parece que la espiritualidad es
descubrir que tu propósito es aspirar a más,
sin saber qué esto significará
concretamente para tu vida? …Y aún más sobrecogedor, ¿sin saber lo que
significará para la vida de los demás? ¿Que al reconocer la paradójica y simultánea pequeñez y grandeza del ser humano,
más buscas, más te preguntas, más
amas, más plenamente vivo estás?
Ya yo soy
Adriana…Pero a la vez no soy aún. En mi
aventurarme día a día en el devenir y el porvenir, he de descubrir de a poco esa
riqueza tan mía que no acabo de alcanzar, que es mi ser plenamente.
Mi propósito
está por cumplirse… ¡y de qué manera!
Per”
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“Pero ni la carne ni el espíritu aman: es
el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forma
parte el cuerpo y el alma. Solo cuando
ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él
mismo.”
Joseph
Ratzinger
“La espiritualidad no está desconectada del
propio cuerpo ni de la naturaleza o de las realidades de este mundo, sino que
se vive con ellas y en ellas, en comunión con todo lo que nos rodea.”
Papa
Francisco