camino. vida. pan.

camino. vida. pan.

Tuesday, April 18, 2017

misión es compartir


Partiendo desde el Valle, tardaba hora y pico en llegar a la comunidad La Laguna y a veces el doble para subir. (Foto por Ivonne Guillen)
Este año participé de la misión de Semana Santa en Elías Piña, RD junto a las Hijas de Jesús y varios jóvenes como yo, que van haciendo camino hacia la vida auténtica y plena en Cristo. Estaría con comunidades de la frontera dominico-haitiana que viven una situación de mucha precariedad en estos remotos campos fronterizos. Solo recientemente están llegando oportunidades formales de educación y alfabetización para niños y adultos por medio de proyectos de organizaciones como FASFI (Fundación Ayuda Solidaria Hijas de Jesús). En las semanas anteriores a esta mi segunda experiencia misionera, iba preparando mi disposición y corazón para dar lo mejor de mí a estas personas que nos recibirían. Iba haciéndome de la idea que no iría a dar, no iría a recibir. Más bien, iría a compartir. Admito que, ya estando allá, hubo un punto en que me decepcioné conmigo misma, pues, a diferencia de muchos, no sentía una conmoción sentimental por la precariedad que vivían estos hermanos nuestros. Pensé que eso no podía faltar para realmente vivir a profundidad este tiempo de acompañamiento a las comunidades de Elías Piña. Compartiendo mi sentir con otros, fui viendo que mi conexión con la realidad de esta comunidad venía de otra manera. No nacía de esa impresión por los sentidos, cosa que está muy bien. Mi conexión con ellos nacía del simple deseo de mirar cara a cara a cada persona que me encontraba en este camino. ¿Cuál es la diferencia entre los que viven en la realidad del Valle y yo que salgo de la mía para estar con ellos? Ninguna. Desvanecía la imagen del misionero heroico e intrépido, exaltable, ante la misión. Quedó Adriana frente a Juan Carlos, frente a Ramón o frente a Marta. En mi potencia e impotencia, allí estaba yo para compartir vida y camino con mis hermanos, por un breve instante.

Emilio, Ramón, Rafael y otros chicos del Valle de Elías Piña
El Sábado Santo en la tarde, tuvimos la celebración de la Resurrección con la comunidad. Predominaba un ambiente de movimiento. A través de la misa, decenas y decenas de niños inquietos, ruido de motores y un incesante cuchicheo me tenían pidiendo para que la voz del P. Juan Ayala, que presidia, no cediera. En el momento de la comunión, entre toda la conmoción de la multitud, el coro cantaba a toda voz: “Es mi cuerpo, coman todos de Él. Es mi sangre, que doy a beber.”

Celebración de la misa de Resurrección en sábado santo (Foto por Ivonne Guillen)
En ese momento, contemplé mi alrededor: Una polvorienta plaza techada llamada “El Melcado,” repleta de niños, mujeres, jóvenes y hombres de todas las comunidades, un ruido y una algarabía que jamás había vivido en una misa, los chiquitos correteaban, los grandes más chachareaban que callaban. Pero allí, entre ese ruido y removimiento humano, vi al Cuerpo de Cristo. Humano, vigoroso, en gracia y en pecado, en carencia y en riqueza. Vi un Cuerpo que es don y una Sangre que vivifica y unifica en un solo Creador, tan presente a través de sus creaturas. Allí me conmovió la igualdad de condición de tantas almas, y no dudé en el Amor de Jesús para cada uno de los allí presentes, miembros de la comunidad y misioneros. Ciertamente, en esta ocasión hallé unidos a todos allí, como “en un pan los muchos granos,” partidos y compartidos. No fui a dar, no fui a recibir. Esta Semana Santa fui a Elías Piña para encontrarme y compartir con Cristo, en su Cuerpo y su Humanidad, desde su anhelo de salir a nuestro encuentro, de acompañar y saciar la sed de un Dios que “muere [y resucita] tantas veces,” todos los días, en todo el mundo.


Viernes Santo en la mañana, catequesis con los jóvenes del Valle. (Foto por Isaías Liriano)

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